El púlpito del silencio. Iglesia, Inquisición y Nazismo

Este es un ensayo en donde se desnudan las tropelías y los abusos cometidos tanto por los papas como por su séquito de inquisidores, obispos, cardenales y frailes. Bajo la invocación de un credo presentado de manera insistente como el único verdadero, fueron quemados en la hoguera eclesiástica hombres, mujeres y niños de todos los segmentos sociales y de diversas creencias o, en el mejor de los supuestos, enceldados en siniestras ergástulas, y humillados públicamente, en ocasiones, por sostener verdades científicas -tal el caso de Galileo- o defender a su patria del invasor extranjero -como en el supuesto caso de Juana de Arco-. Los libros también sufrieron la ira de quienes proclamaban desde el púlpito ser los dueños de la verdad. Miles de esos libros, gran cantidad de obras, tanto en Europa como en América, fueron arrancadas de las bibliotecas públicas y privadas para ser lanzadas a las llamas. Invalorables escrituras que hubiesen permitido conocer mejor la historia de los pueblos -es el caso, entro tantos otros, de los códices mayas- fueron devoradas por las purificadoras llamas inquisitoriales. No solamente se afrentó contra la dignidad humana; también fue escarnecida la cultura.

La persecución prosigue hasta nuestros días aunque carece -afortunadamente- de la contundencia de antaño. Si bien es verdad que en esto de hostilizar a otros credos la iglesia perdió poder, no fue precisamente por decisión propia sino por un cúmulo de circunstancias exógenas que condicionaron su voluntad. Llegaría el momento en que el nazismo se entronizaría en el poder; imponiendo un sistema totalitario que del mismo modo que en tiempos anteriores habría de provocar la quemazón de libros, el ataque a un arte tildado de «degenerado», y la muerte de millones de personas gasificadas y sometidas al hambre en los campos de exterminio, o asesinados en tenebrosos sótanos policíacos.

Sin embargo la iglesia, ante este descomunal genocidio, calló. Fue una mudez de túmulo, un mutismo de camposanto, una obscenidad enmarañada con la complicidad de su propio silencio. Por otra parte, como podrá apreciarse con el correr de las páginas, no pocos de sus integrantes -unos laicos, otros luciendo asotanadas vestiduras- se amalgamaron en fraterno contubernio con los otros señores del poder, aquellos que habían llegado para ostentar como emblema la otra cruz, la gamada, y a proclamar otra guerra santa -al mejor estilo de las religiosas cruzadas medioevales- contra etnias y razas baldoneadas por indeseables. Fue el momento de nuestra historia actual -pleno siglo XX- que quedó pergeñada una inexcusable conchabanza del dogma de los unos con el credo de los otros.